Empieza septiembre, y estoy a punto de enfrentarme a una situación insólita para mi: un cambio de centro. Después de 30 años se cierra el círculo. Vuelvo al instituto en el que empecé mis estudios, a Canido, el barrio donde viví mi infancia y me convertí en adulta. Y me enfrento a este cambio con sentimientos encontrados: dejar el Montojo, mi querido instituto, en el que terminé BUP y COU, al que regresé muy pocos años después, como novata profesora de Latín, en el que dejo tan queridos compañeros y en el que conocí a tantas promociones de queridísimos alumnos, con muchos de los cuales mantengo ahora relación gracias a las redes, y a los cafés, y a una cena de vez en cuando, dejar el Montojo, repito, me da un pellizco en el corazón. Me dicen mis amigos que el Montojo no va a ser el mismo sin mí, pero sin ninguna duda yo no voy a ser la misma sin el Montojo. Y ese sentimiento de profunda nostalgia que me invade a veces se mezcla con otro no menos profundo: la ilusión. Estoy llena de ilusión. Y nerviosa. pero con nervios de los buenos. De esos que hacen cosquillas en el alma. Es empezar de nuevo, pero no de cero. Es ser nueva, pero no joven e inexperta. Es ser desconocida, pero por poco tiempo. Es tiempo de mudanza. Y como en toda mudanza, al principio será el Caos, pero, con ayuda de mis aún desconocidos alumnos, el Cosmos se irá imponiendo. Y vosotros, al menos eso espero, lo veréis.
Por si acaso, me encomiendo al dios Jano, para que me ayude en este cambio.