Año
174 d.C.
El emperador Marco Aurelio,
debilitado por la fiebre y las preocupaciones enjugaba el abundante
sudor que caía por su frente. El calor era terrible y los rayos del sol caían
con aplomo sobre los soldados y el propio emperador.
-No es normal, César.
-Lo sé Tiberio, lo
sé-respondió el emperador mientras desfilaba delante de sus tropas
dispuestas en formación.
Tiberio Claudio Pompeyano era
sin duda alguna el mejor general de Roma y con toda
probabilidad el heredero del trono y futuro emperador de Roma. Era un
hombre valiente y experimentado, pero aun así, aquella vez, sentía miedo.
-Estamos en primavera, en
Germania, es imposible que haga tanta calor-insistía una y otra vez
el lugarteniente del emperador, el cual revisaba, a pesar de su delicado
estado de salud la situación de sus hombres.
Marco Aurelio se giró para
responder a Pompeyano cuando de repente se oyeron gritos en la
entrada del campamento.
-¡Abrid paso!¡Abrid paso!
Un jinete empapado en sudor y
lleno de polvo galopaba a toda velocidad hacia el séquito imperial. En un
rápido movimiento saltó del caballo e hizo una reverencia ante el
emperador.
-¿Qué ocurre
soldado?-inquirió el emperador agitadamente.
El jinete luchaba por respirar
y apenas podía hablar.
-César-paró para coger aire y finalmente lo dijo-. Es Bellomarius.
Un murmullo de asombro se extendió por todo el séquito que dio paso al más absoluto silencio.
El emperador se acercó al
jinete con cara muy seria y le dijo lentamente.
-Continuad.
continuará...